martes, 5 de mayo de 2009

Las palabras son decretos


- Buenos días amigo, ¿cuánto me cobra hasta Domingo Savio y los Ríos?
- ¡Domingo Savio y los Ríos…! ¡Humm…! Tres dólares, caballero.
- ¡Bien, vamos!
¡El arreglo está hecho! La Innombrable ya tiene un nuevo par de elegidos para esta noche aburrida de lunes. ¡Son tantos los lunes!
Ella, La Justa, no es que ande por allí buscando hombres para su tarea diaria. ¡Jamás! No es justo pensar que La Chicharra es como una de esas tantas mujeres que andan por ahí exhibiendo su vehemente hambre de macho: como las viejas mojigatas que fastidian las sanguinolentas testes del Cristo crucificado en el negocio de la esquina (¡perdón!, en la iglesia de la esquina); como la madre menopáusica y calenturienta que reclama el amor olvidado de su chiquitín (un tipejo de 19 años, de 1,90 de altura, vellos hasta en las manos y masturbador como él solo); como la antigua amante, ahora rechazada por el único hombre que ha poseído las exquisitas y virginales riquezas de su cuerpo (lo único virginal en ella era su signo zodiacal: Virgo)…
¡Nunca, amigo lector! La Tiznada no recorre las calles de esta regenerada ciudad en busca del afecto masculino. Aunque no se puede negar que tiene un particular afecto y fuerza de atracción por los hombres. Esta preferencia sexual (¿o funeraria?) por el género masculino la conocemos gracias a las meticulosas investigaciones estadísticas de los matemáticos: por cada 100 mujeres se van 125 hombres.
¡Qué narrador tan despreocupado soy! Me he olvidado de mis penosos personajes.
- ¡Chuzo, joven! Usted es el primer pasajero que llevo en una hora. Ojalá tenga buena espalda para que Diosito me traiga más. ¡Está fregado el día!
- Pues le cuento que está de suerte porque yo atraigo las buenas energías, señor.
- ¿En serio? ¿Cómo así?
- ¡Porque sí! Sea positivo y decrete con sus palabras que este será un buen día para usted. ¡Lo que de la boca sale del corazón proviene!
- ¡Ojalá! ¡Je, je!
- Hágame caso amigo, que yo soy un joven habilidoso.
¡Penosísimos! ¿Verdad? Y así se pasaron este par de desdichados manteniendo esa conversación intrascendente que, con los años, aprendemos a desarrollar los adultos. Por allí dijo un autor griego que ser adulto es estar solo. Pero tú sabes que ser adulto es ser trivial e intrascendente.
Bueno ¿de qué hablábamos?... Ah, de los gustos machos de La Calaca. Sí, sí. Puede ser que La Novia Fiel prefiera los pantalones a las faldas. Pero en esta historia su elección por nuestros patéticos personajes es un asunto puramente aparente. Pues Andrés, el chiquitín masturbador de su mamita calenturienta y menopáusica (cuchi, cuchi), sí es un hombre (¡a fondo…!) pero reniega de ello. Mientras que nuestro amigo del volante es todo un hombre hecho y derecho (el antiguo amante, ahora desdeñoso ante el cuerpo puro y angelical tipo la Virgen María y Amén), por ello gentilmente siempre se ofrece para colaborar con el reniego de los jovencitos manos velludas como Andresito.
- ¡Cómo han cambiado las mujeres en estos tiempos, joven! Antes uno andaba atrás de ellas como perro en cacería, pero ahora uno debe andar con bate en mano para quitárselas de encima.
- ¡Así son esas! ¡Fáciles y regaladas!
- Tiene usted toda la razón, pero son deliciosas las condenadas. Y yo nunca me le niego a ninguna, siempre hay alguna que anda rondándome el taxi para que le dé su caricia del momento. Yo no soy tacaño, si me piden les doy. ¡J e je!
- ¡J e je! Usted es terrible.
Es relativo aquello de “elegidos”, porque quizás la “elegida” sea Ella, La Mocha, La Descarnada, La Tembeleque…
La Tilinga ha vivido tranquila durante miles de años junto a pueblos tan antiguos como los griegos, éstos europeos por puro gusto y aburrimiento la fueron a sacar del Olimpo donde moraba con los humanizados Olímpicos. ¡Pero no nos pongamos tan clásicos, por favor!
Y ella que no es tacaña… acudió al encuentro de los humanos hartos de vivir. Tú sabes muy bien que quien busca encuentra. ¡Y La Afanadora sí que ha tenido unos encontrones!
- Y usted joven ¿también tiene que quitárselas de encima a las mujeres?
- ¡Por montones, amigo! Pero no porque yo les guste, sino que yo trabajo con el cónsul y las mujeres son las mejores clientas que hay para una persona esotérica como yo.
- ¡Perdón, joven pero no le entendí nada! ¿Qué trabaja con un cónsul?
- No, no trabajo con un cónsul, sino con el cónsul. Trabajo con el cigarro, yo fumo cigarro para verle la suerte a la gente.
- ¡Hable bien!
La Chirrifusca, que tiene el oído agudo, escuchó “cónsul” y allí se quedó. Metida entre los asientos mullidos del taxi con nuestros lamentosos personajes, La Apestosa siente una fuerte afición por los brujos consumidores de cigarro. Cuando se los lleva siente un gozo que le espeluzna todo el cuerpo (la calavera, la manta negra, la hoz y todos los accesorios de moda que la acompañen), como el gustito que debió sentir Diosito (la Diosito llena eres de gracia y amén) cuando metió su dedito renacentista tipo Miguel Angel en el útero rojito de la María. ¡Qué rico! ¡Qué gustazos que se dan la Diosito, la María y La Copetona!
Estos gustos diplomáticos de La Pálida (por el cónsul, o sea el cigarro y sus usuarios – ¡ahora me puse tecnológico!-) le vinieron desde que los brujos hallaron la forma de convertirse en médiums entre la vida y ella.
Cuando descubrió que ciertos mortales podían comunicarse con el “más allá” (o el “más acá”, esto depende de su posición socio cultural y económica: si usted es rico o pobre, musulmán o judío – desde el 11 de septiembre del 2001 los católicos perdimos protagonismo- blanco o negro…) La Blanca se puso fúrica y vengativa con los metiches augures.
Y este coraje contra ellos tiene total comprensión de mi parte. ¡Imagínese! ¡Suponga que usted se está bañando en la tranquilidad de su hogar y descubre que un vecino fisgón ha realizado un orificio en el baño y lo está viendo, observando descaradamente todas las imperfecciones de su antiestético cuerpo. ¡Fatal! ¿Verdad? Esta vergüenza y odio inmensos es lo que debió sentir Artemisa cuando aquel imprudente mortal la vio bañándose desnuda en las aguas de algún río aqueo, por ello convirtió en venado a ese griego voyeurista y lo castigó haciendo que sus propios perros de caza lo despedazaran. Lo mismo debió experimentar La Canica cuando se dio cuenta que miles de brujos mortales estaban espiando su esqueletudo cuerpo y sus secretos a través de aquel cigarro de exportación marca Cónsul.
Así que cuando vio al Andresito con sus mágicos poderes en plena divulgación con nuestro otro personaje, simplemente no pudo resistir la tentación y dijo: ¡Aquí fue!
- ¿Y qué viene haciendo joven, fumando a unas clientas?
- Nada que ver, amigo. Vengo de cenar una parrillada espectacular en casa de unos colegas. ¡Qué rico que es comer! Luego de comer uno se siente realizado y feliz, con el estómago lleno uno puede morir en paz. ¡Qué carajo, que venga la muerte!
- Tiene usted toda la razón, joven.
En plena carretera, del lado contrario, viene un camión. El conductor: un personaje semidespierto y semiconsciente, en la mediocridad de sus capacidades. ¡Perfecto para las intenciones mortuorias de La Hedionda!
La Pelona agita la cavidad vacía del ojo derecho que ya no tiene, de pura emoción. Se desenrolla cual culebra de entre los afelpados muebles del auto, cubre a nuestros patéticos personajes con un sabroso beso gatuno y comienza el juego de los siglos. El gigante se precipita contra el taxi, no alcanza a virar y…
¡TRASSSSSS!

LA SEGADORA, LA IGUALADORA, LA LLORONA, LA CHINITA, LA CHICHARRA, LA IMPÍA, LA CIERTA, LA TÍA QUITERIA, LA PAVEADA, LA TRISTE, LA JIJURRIA, LA TÍA DE LAS MUCHACHAS, LA MADRE TATIANA, LA GÜERA, LA COATACHA, LA DIENTONA, LA PACHONA, LA PEPENADOTA, LA PARCA CRUEL, LA CHINA HILARIA.

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